A Mariano Waso
Ciudad
de México: Roger Waters presentando “The Wall” en México
podía pasar desapercibido por gran cantidad de personas en nuestro país,
acostumbradas a la música de banda, cumbia y pop, pero no por aquellos que vimos
por televisión la caída del muro de Berlín en donde alguna vez lo presentó
Waters de manera espectacular, concierto que dio la vuelta al mundo por el
momento histórico tan coyuntural que se vivía, cuando empezaba a desmoronarse
el bloque socialista, el muro que dividía la República Democrática de la
República Federal Alemana caía después de cuarenta años, el muro que había
llenado de dolor y muerte ese periodo llamado Guerra Fría. El concierto que se
daría hoy 27 de abril de 2012, tampoco podía pasar desapercibo por los amantes
del buen rock, aquel que impregnaría de arte el canal auditivo interno y no
sólo de ritmo.
Por
otra parte, había un problema, yo no había conseguido ahorrar para asistir a
tan deseado evento, sólo conseguí leer notas periodísticas por internet, con
algo de resignación y leve tristeza. Pero, ocurrió lo inesperado, cerca de las
tres de la tarde, Mariano Waso, amigo que conservo desde los días de
preparatoria, me llama para preguntarme si no estoy muy ocupado y puedo
acompañarlo al concierto, al instante le dije que sí, sólo tenía que ponerme de
acuerdo con mi esposa.
A
fin de no llegar tan tarde al evento, salgo del trabajo alrededor de las siete
de la noche, abordo el microbús que lleva al metro Bulevard Puerto Aéreo,
el recorrido fue normal hasta que llegamos al Circuito Interior, una vez ahí,
el avance de los autos es casi imposible, un trayecto que por normalidad hago
en diez minutos, me llevó cerca de una hora y cuarto, a mi amigo, también le estaba
costado trabajo acercarse al Foro Sol, lugar del evento, me llama para avisarme
que estaba atrapado en Avenida Churubusco, me verá en la puerta siete en el
puente peatonal. Era probable que no llegara a tiempo a ver al creador del
mítico disco “Dark Side of de Moon”.
Una vez que dejé
el Circuito Interior, todo fue distinto, la circulación hacia el Foro era
lenta, pero cincuenta veces más rápida que antes. Vi la puerta siete y un
cumulo de gente que subía por el puente peatonal, ahí estaba Mariano, mi
entrañable amigo, esperando, me da un abrazo y nos dirigimos entre culebras humanas
de todas edades, señores sesenteros acompañados de su familia para presenciar
el gran suceso, casi irrepetible que llevarían en su memoria hasta el fin de
sus días, veo muchos jóvenes que llegaban en rebaños de siete, cinco, tres
personas, algunos cantando grandes temas del ex bajista de Pink Floyd, faltan cinco minutos para las nueve de la noche, la
rapidez con la que nos conducimos por los accesos, apenas me deja ver a los
vendedores ofreciendo los suvenirs, falta encontrar la puerta que nos dará el
acceso al Foro, tres minutos después, la encontramos, nos formamos para que nos
hagan la revisión acostumbrada y tomen nuestros boletos.
Después, pasamos
a los baños para evitar cualquier molesta pausa una vez que iniciara la música.
Mi amigo, se compra una cerveza de noventa pesos y me invita a mí un refresco,
yo no puedo beber alcohol, porque estoy tomando medicamentos para aliviar una
molestia que tengo en el oído. Al entrar al Foro, puedo ver que se encuentra a
un noventa por ciento de su capacidad, la gente escala las gradas buscando aún
su lugar, nosotros sentimos calma, descansamos de la travesía al encontrar el
nuestro, nos ponemos un poco al día de nuestros proyectos, platicamos de los
hijos, preparamos nuestros celulares, tomamos unas fotos, queremos capturar
algo del mágico momento. Algunos, hacen la clásica ola, todos estamos a la
expectativa, en cualquier momento el escenario se transformaría en un sueño.
Parte del muro
esta armado y detrás del mismo algunos instrumentos musicales, las bocinas
penden de las estructuras, una luz verde clara ilumina el sitio donde
ejecutarían las piezas de la obra maestra creada en 1979, cuando aún cuatro de
los integrantes originales de Pink Floyd
estaban en la banda.
Las 9:15 de la
noche, una voz con acento español anuncia el inicio del concierto, nos pide que
no usemos flashes, porque podemos afectar la proyección de las imágenes en el
escenario, agradece nuestra presencia y nos desea que disfrutemos.
De repente, las
luces se apagan, la multitud entra en una emoción incontrolable, los gritos
desde la gradas anuncian la alucinante velada, al instante, salen dos
uniformados de negro cargando un muñeco con figura humana, desnudo, sin rostro,
le levantan los brazos y lo dejan caer al piso, el mono permanece inerte,
mientras suena un instrumento de viento, como en la película de The Wall, dirigida en 1981 por el inglés
Alan Parker, una paz sonora se crea en el ambiente, inmediatamente por mi mente
pasan las imágenes del Padre del protagonista que es muerto en el bombardeo.
De pronto, el
escenario estalla, “In the flesh” nos
lleva al cielo con resplandecientes juegos pirotécnicos, que suben sesenta,
setenta, ochenta metros, Waters está en el escenario con los brazos en alto,
pese a sus 68 años, demuestra tener la vitalidad necesaria para arrancarle
gritos de asombro al público, se cubre las luces que caen sobre sus ojos para
ver a su gente, el monstro mexicano que ha llenado todos los rincones del Foro
Sol, la gente levanta los puños una y otra vez, se siente poderosa. Roger se enfunda
en una chaqueta de piel negra, se pone lentes oscuros y comienza a cantar. "....we
came in? So ya, thought ya might like to go to the show”. Ese cálido estremecimiento de confusión
nos pregunta: “¿no es lo que esperabas
ver?” También “si queremos ver detrás
de esos ojos fríos”. Pide luces, efectos de sonido y que inicie la acción.
Mientras, varios hombres caminan en las alturas con una bandera en las manos.
Un avión pendido de un alambre de acero se dirige al escenario y simula
estrellarse, explosiones y luces saturan nuestros ojos.
Poco a poco,
comienzan a proyectarse imágenes de víctimas que han dejado las últimas
guerras, desde la del Padre de Waters hasta el hijo de Javier Sicilia, mientras
“Thin ice” es interpretada, “en la cuerda floja la vida moderna,
arrastrando tras de ti un silencioso reproche de un millón de ojos bañados en
lágrimas”. Es imposible no dejarse conmover ante tales estampas, mostradas
en un escenario de más de cien metros.
A continuación: “Another brick in the wall part 1”, el escenario,
con una imagen carmesí gigante de Waters, proyectada tocando el bajo, da una
idea sangrienta. “Papá ha volado a través
del océano dejando sólo un recuerdo, una instantánea en el álbum familiar”.
Las proyecciones parecen venirse encima de la gente. Un potente reflector
simula la luz de un helicóptero al ser elevado suavemente a las alturas, el
sonido envolvente nos provoca la sensación de estar a los lados, bajo y frente a las
hélices, “The hapipiest days of our lives”,
el olor a mariguana por todos lados, nos indica que varios están sumergidos en
placer, extasiados ante el viaje sonoro. De pronto, la marioneta gigante de un
profesor es iluminada en totalidad, tiene por ojos dos lámparas y la cabeza
frente a los hombros, “Another brick in
the wall Part 2”, dura crítica a la educación tradicional, el poderoso bajo
del maestro se impone en nuestro tórax y nos hace golpear los talones contra el
piso una y otra vez. Mariano y yo intentamos capturar el momento con las
cámaras de nuestros teléfonos. La marioneta es señalada por un grupo de niños
de los colectivos Marabunta y Barrio Activo, a los costados del escenario dos
pantallas gigantes muestran a Waters tocando un poco encorvado. Al finalizar la
pieza, vagones de un tren recorren el escenario. Por primera vez se escucha una
versión acústica de la misma pieza, el rostro carmesí de Waters es proyectado
en la pantalla circular que se encuentra en el centro.
En el minuto 23,
Waters saluda con un “Hola México” y
dedica el concierto: “Me gustan los
niños, por eso quiero dedicar este concierto a todos los que ya no están con
nosotros: los desaparecidos y caídos por el narcotráfico, y a las mujeres y
niñas de Juárez, nos unimos a su ausencia”, dice el músico en un claro
español, tocándose el corazón, haciendo que nuestro grito de auxilio al mundo
se escuche fuerte, entre la emoción de esas cincuenta mil almas.
Enseguida,
interpretan el tema de: “Mother”, un
Waters de poco más treinta años está en pantalla acompañando al actual con su
guitarra acústica, mientras éste le canta a aquel: “mamá va a hacer todas tus pesadillas realidad, ella no te dejará volar,
pero puede que te dejé cantar”. En pantalla, se muestra la consigna: “Estamos hasta la madre”, frase usada
para hacerle saber al gobierno calderonista, que su guerra es una estupidez.
En el minuto 33,
“Goodbye blue sky”, es acompañada por
imágenes de bombarderos que dejan caer semillas explosivas (símbolos religiosos
e insignias ideológicas) sobre una ciudad, “las
llamas se han ido pero el dolor persiste”. Le sigue la pieza: “Empty spaces”, canción con la que
empiezan a cerrar el muro, a Waters lo vemos por un hueco de ladrillos
faltantes. En proyección, un muro crece vertiginoso, destruye todo a su paso.
Asimismo tocan: “Young lust”, los
ingenieros de video nos muestran proyectadas unas chicas en blanco y negro que:
“en esta tierra de desierto, nos hacen
sentir hombres de verdad”. Más ladrillos se han añadido, cada vez hay menos
huecos en el escenario. De igual modo, advertimos unos ojos de mujer, en su
pupila un diagrama de audio se dibuja al ritmo de la voz de una operadora. “One
of my turns”, pieza por demás introspectiva, Waters comienza cantando
melancólico: “Me siento frío como una
hoja de afeitar, apretado como un torniquete, seco al igual que un tambor de
funeral” la pieza va adquiriendo
poder hasta volverse explosiva y desgarradora. Le sigue: “Dont leave me now” donde le dice a su amada que la necesita, para
hacerla picadillo delante de sus amigos.
De inmediato,
comienza: “Another brick in the wall part 3”, se proyecta un locutor asiático en televisión y la pantalla estrellándose,
mientras se escucha como se rompe el cristal, un poco de ruido blanco e
imágenes fuera de sintonía abren paso a un muro descolocándose ladrillo por
ladrillo, tridimensional, absorbido hacia la nada.
Hace una pausa el
concierto, mientras en pantalla se proyectan imágenes de víctimas caídas el 11
de septiembre, Irak, Afganistán e Irán, durante veinte minutos, la gente se
sienta a descansar, la mayoría ha permanecido de pie, otros compran palomitas y
refrescos.
“Hey you”, abre la segunda parte del
concierto, todos los ladrillos físicos están en su lugar, no queda ni un hueco.
“¡Hey, tú!, con tu oído contra la pared,
esperando a quien llamar”. Le sigue: “Nobody
home”, Waters, en una habitación de motel, sentado dice que: tiene ganas de
volar, pero no tiene a donde.
Un avión lanza
un proyectil, el objeto golpea el muro, estalla y surge: “Vera”, “¿alguien recuerda
aquí Vera Linn?”, vemos seres que se encuentran y abrazan, una niña al ver
a su padre muestra cara de sorpresa que poco a poco se va transformando en
llanto, emoción que Waters jamás experimentó, el padre la toma en brazos y la
alza. ¿Cuántos de nosotros desearíamos volver a ver a los perdimos en esta
Guerra contra el narco? Unida a esta pieza, escuchamos las tarolas que delatan
el tema: “Bring the boys back home”,
vemos fotografías de niños, con la destrucción bélica detrás de sus caras,
niños consumidos por el hambre, esqueléticos, “Traer a los muchachos de vuelta a casa”, exige Waters, no dejarlos
a su suerte. El público está despedazado, las imágenes son brutales, no hay
manera de no sensibilizarse.
Enseguida es
interpretada: “Comfortably numb”, Waters levanta los brazos y justo encima de
ellos, una luz blanca aparece, haciendo correr los ladrillos del centro hacia
los extremos como si se tratara de una puerta, “Tus labios se mueven, pero no puedo escuchar lo que dicen”, una de las más bellas canciones que he
escuchado me dice además que: “el niño ha
crecido, el sueño se ha ido”, el guitarrista desde lo alto del muro, toca
un solo soberbio, Waters abajo, pone su oído en la pared, levanta los puños y
golpea, el muro se quiebra dejándose ver incandescente en un inicio, para
después, configurarse psicodélico, el muro cae y de él se levantan columnas.
Vi limpiarse la
baba a un viejito que estaba a nuestro lado derecho, en el izquierdo unos
hombres de treinta y cinco años, prendían el segundo cigarro de mariguana, lo
supe por el olor y porque intentaban cantar con la garganta cerrada.
Se escuchó
entonces: “Run like hell”, un cerdo
gigante se dejó ver por los aires con la leyendas: “disfruta el capitalismo”, “todo va a estar bien”, “sigue consumiendo” y “un niño muerto de hambre es un niño
asesinado”. Se proyecta en letras gigantes “gracias”, “¿Hay algunos paranoicos en el estadio esta noche?”,
flashazos en pantalla al ritmo de la batería, van de un lado a otro sobre paredes
verticales que empiezan a desprenderse por bloques, dejan al descubierto,
paredes tras paredes, los ladrillos aparentan volar sobre el escenario, mientras
una imagen de Waters rojinegra aparece y desaparece, cortinas de ladrillos
suben y bajan por donde la imagen extiende sus brazos, el público está a punto
de la locura, cuando una luz como un reflector juega con su propia proyección,
la gente agita las extremidades, otros aplauden para llevar el ritmo, una
pancarta amarilla se deja descolgar, para después caer.
Casi sin pausar,
se escucha: “Waiting for the worms”,
el público sincroniza su ritmo, ahora con sus encendedores, en proyección aparecen
las paredes verticales agusanadas, vemos también sombras, son los clásicos
martillos rojinegros, marchando, Waters con un altavoz, pregunta: “¿Te gustaría ver a Britania gobernar otra
vez, amigo mío? Entonces, tocan: “Stop”
y de las alturas dejan caer el muñeco con forma humana que traían al principio
los uniformados.
Entrados en el desenlace,
los músicos entonan: “The trial”, muestran
una vez más, imágenes de la película “The
Wall”, el muro gira sobre su centro, nos deja ver a un ser en cuclillas,
acorralado, temeroso y frágil. Una figura casi humana, vacía por dentro es
arrojada contra el muro y lo atraviesa. Aviones, martillos, bombas, un tren, el
muro cae por fin, enrojecido, mientras el cerdo es bajado con lentitud, el
público aplaude y chifla con júbilo.
Para finalizar:“Outside the wall”, con una trompeta marca
la despedida de nuestro queridísimo Roger Waters, “golpeando su corazón contra el muro de un tipo loco”, nos dice
adiós junto con sus coristas. Nos da las gracias la gran estrella del rock
progresivo, se las devolvemos con el último grito de la noche.
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