El
24 de agosto de 1899, nace en Buenos Aires, Jorge Francisco Isidoro Luis
Borges. Se le considera uno de los mejores escritores del siglo XX, Su obra es
muy apreciada en el mundo, ha sido analizada e interpretada, por cientos de
personas, considerándola una de las más originales. Durante su trayectoria como
escritor publicó ensayos, cuentos y poemas. Su postura política lo mantuvo al
margen de obtener el premio Nobel. Quedó ciego a los 55 años, dependiendo desde
entonces de su madre y sus amigos para poder dictar sus cuentos. Sin duda
Borges es el escritor argentino más leído en el orbe. Se considera su trabajo
de una gran erudición y una compleja simbología. Muere en Ginebra, Suiza, en
1986.
La primera alusión que encontramos en el
formidable cuento “El Aleph”, de
Borges, es con la Alegoría de la Caverna
de Platón, donde un hombre que ha salido de la caverna logra conocer un mundo
que se contrapone al de sus compañeros que viven prisioneros. Borges dice que:
“Creo que los argentinos, los sudamericanos en general…podemos manejar todos
los temas europeos, manejarlos sin supersticiones, con una irreverencia que
puede tener, y ya tiene, consecuencias afortunadas”.[1]
Borges admite de esta manera, que la recreación de temas extranjeros
enriquecerá la literatura sudamericana. En semejanza al protagonista de Platón,
el personaje principal del cuento, Borges,
al tener la experiencia con el Aleph, punto geográfico en donde se encuentran todos los
puntos del universo, vistos desde todos los puntos, puede ver sitios antiguos,
modernos, futuros, desde su interior, puede verlos al mismo tiempo y no sólo
eso, también puede preguntarse si los
vio. Esta última añadidura nos sirve para demostrar el concepto de parodia
definido por Linda Hutcheon, ella dice que: “parodia es repetición con
diferencia”, también se puede decir que es una recreación y en algunas
ocasiones se utiliza como homenaje a una obra.
Por otra parte, el autor juega en la
narración con el lector, primero, poniendo la duda sobre la existencia del
Aleph; después, le da una explicación sobre el objeto, su aspecto fantástico; a
continuación, dice que el personaje lo ve; y por último, duda sobre si de
verdad lo vio, cuestionando la veracidad de lo narrado, lo cual deja al lector
parado en un pie.
Sin embargo, el autor no se conforma con
intrigar al lector, además usa su propio nombre en el protagonista, le agrega
conocimientos literarios, propios del autor, está representación artificial de
sí mismo, crea muchísima ambigüedad, entre el Borges del cuento y el escritor
que crea la historia. Al decir que el personaje se llama Borges, de inmediato se establece una asociación a la idea de las
características físicas y mentales de las que tenemos conocimiento posee el
Borges real. El lector duda entre lo real y lo ficticio del personaje.
Por si fuera poco, Borges crea otro personaje
similar a él, Carlos Argentino Daneri, quien representa a un bibliotecario,
escritor, como lo fue él mismo autor en alguna etapa de su vida. Además, cuyo
nombre nos recuerda a Dante Alighieri, poeta florentino, escritor de la Divina
Comedia. Helena Beristaín dice que: “parodia es la obra original construida a
partir de la codificación de elementos estructurales tomados de otras obras”.[2] Es
inevitable recordar el descenso de Dante al Infierno y compararlo de inmediato
con la bajada de Borges al sótano, donde se encuentra el místico Aleph. Por
consecuencia, Carlos Argentino sustituiría a Virgilio, aunque de una manera
menos sacralizada.
Borges se da a la tarea de deformar la
realidad, quizá por eso nos habla de espejos, traducciones, retratos y oscuridad.
Lo hace también, al hablar de Beatriz Viterbo, cuando recuerda varias fotografías:
“Beatriz, con antifaz, en los carnavales de 1921; la primera comunión de
Beatriz; el día de su boda con Roberto Alessandri; Beatriz, poco después del
divorcio”. Como si se tratara de varias mujeres y sólo de una. Beatriz, que es
el amor platónico del protagonista; Beatriz, de la que va olvidando sus rasgos,
debido a la trágica erosión de los años, se vuelve algo subjetivo.
Otra característica del cuento, es el
uso de la metaliteratura, por ejemplo cuando Borges dice: “lo que mis ojos
vieron fue simultaneo: lo que transcribiré, sucesivo, porque el lenguaje lo
es”. El escritor se refiere a que tiene que escribir palabra tras palabra, para
describir lo sucedido. Otro ejemplo de la metalitaratura empleada en la obra la
vemos cuando el autor escribe: “el
segundo hemistiquio entabla animadísima charla con el lector”. Lo hace al referirse
a la mitad de un verso que se autoalaba Carlos Argentino.
Hay más similitudes entre el texto del escritor
argentino y Platón, la alegoría de la caverna, cuenta que los hombres están
encadenados, de pies y cuello, deben permanecer allí y mirar sólo delante de
ellos, por su parte Borges el
personaje debe de permanecer inmóvil y ver a un punto fijo, unos las sombras y
otro el Aleph,, en ambos casos una imagen que sustituye la realidad.
En contra parte, vemos diferencias, por
el lado de la alegoría de la caverna las imágenes son reflejos de objetos
reales, lo real estaría fuera de la caverna, sin embargo en el Aleph, las múltiples
imágenes que se ven a través del Aleph, tan sólo son posibles verdades.
En conclusión, Borges
demuestra que es apropiado usar textos pertenecientes a otras tradiciones para
crear algo más rico; y dice que: “no debemos temer y que debemos pensar que
nuestro patrimonio es el universo”.[3]
Haciendo hincapié en que usemos todos los temas, porque nuestra nacionalidad
sólo es una máscara. Linda Hutcheon se
pregunta y contesta de la siguiente manera: “¿Qué puede ser parodiado?
Cualquier forma codificada puede, teóricamente, ser tratada en términos de
repetición con distancia crítica”. Recurso que utiliza el escritor argentino de
manera sutil y con maestría. Parece ser que a Borges lo que más le
gusta, es encontrar temas paradójicos, curiosidades que pueda abordar desde una
visión sobrepuesta, para enloquecer un poco al lector y obligarlo a la
relectura, conglomerar el breve texto de sucesos, lugares y personajes, que
muchas veces invitan a la investigación para poder ser comprendidos. Lo curioso
es que lo logra sin ser aburrido. No sólo hace una renovación de mitos e
historias asiáticas u occidentales, además, busca ese sitio o suceso extraño,
equiparable a los textos sagrados. El lector puede hacer múltiples
interpretaciones del cuento Borgiano, pero será más enriquecedor si se buscan
las obras que cita o lugares de los que habla en sus relatos para descifrar
mejor el cuento.
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